Lo que nadie sabe, o lo que es peor, sabe pero no dice, es la complacencia del joven bello y sereno Abel por su perfección de bondad y por la aceptación del viejo Adán. Cada planta cultivada, cada rebaño pastoreado con la aplicación de un niño prodigio y disciplinado lo envolvía en una aureola de mística perfección que se deleitaba en presumir a su desfavorecido hermano.
Abel le robó la virtud a Caín para poder perpetuar en la tierra la marca de la serpiente, la marca de Judas, la marca del orgullo y la soberbia escondidas en la humildad más hipócrita de la historia bíblica. Abel es el ángel envidioso, Caín es el hombre imperfecto, la víctima de una sublevación truncada.
domingo, 15 de febrero de 2009
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Me llega mucho la idea..
ResponderEliminarCari